viernes, 23 de julio de 2010

El pequeño diablillo

Tiempo hace que no escribo.
Supongo que no he tenido nada que decir, quizá sea que las Musas han decidido dejarme de lado, o sencillamente es que no decido ni cuándo ni qué voy a escribir.
Y es que hay momentos en los que nos encontramos inmersos en una de esas encrucijadas que diríase que la vida parece disfrutar de poner en nuestro camino, momentos en que se necesita tener un espíritu fuerte, noble, comprensivo y luchador que sea capaz de poner orden donde solo vemos caos, un espíritu que nos dé luz… que nos guíe.
Permitidme un inciso: supongo que os estaréis preguntando si vale la pena seguir leyendo esta especie de panfletillo, digno de un adolescente bombardeado por un millón de sentimientos… “absolutamente vitales”, y que no son más que el fruto de sus queridas hormonas. No. Tranquilos… solo os pongo en situación.
Bien, como os decía, es cuando decidimos compartir con los demás esos momentos tan decisivos para nosotros, cuando todas y cada una de las palabras que nos llegan tienen un valor único, de repente surge algo que siempre ha existido y que hasta ahora nunca le habíamos dado el valor que merece: ¡El saber popular!: refranes, frases hechas, dichos, frases poéticas con más o menos gracia, frases grandilocuentes con las que se abarca el universo… y un poco más, sentencias recitadas de memoria que pretenden ser el bálsamo de Fierabrás que cura todos los males habidos y por haber.
Y es aquí donde, a fuerza de soportar toda esta palabrería presuntuosa, ha nacido dentro de mí un sentimiento olvidado hace tiempo, un sentimiento que rechaza toda esta charlatanería y pretende poner las cosas en su debido lugar.
Lo curioso del caso es que este sentimiento no es algo abstracto… no. Es un pequeño diablillo que surgiendo de la nada ha tomado forma, se ha sentado a mi lado, me ha mirado a los ojos, y con esa cara que solo tienen los niños malos cuando pretenden hacer alguna travesura… me ha susurrado.
Adelante pues, retomemos la palabra, es tiempo ya de perder el miedo y… hablar.

Por: PEDRO FERNÁNDEZ RUÍZ (blanco)

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