domingo, 17 de octubre de 2010

El que parte y reparte...

- Albert, Albeeeert…

Era absolutamente imposible que Albert pudiera escuchar los gritos de Isaac entre tanto bullicio. Las seis de la tarde y … viernes, a esas horas “the fallen apple” estaba lleno a rebosar, no había una sola mesa libre, y el olor a cerveza, mezclado con el humo del tabaco daba al pub un ambiente tan denso que ver más allá de tu mesa era todo un reto.

-¡Desde luego este Albert cada día está más sordo!- protestó Isaac, dirigiéndose a su compañero de mesa.

-¡No seas tan duro con él!- le dijo John. Además, añadió, aquí no hay quien se entienda, creo que mejor me levanto y pido yo.

-¿Otra pinta Isaac?- Preguntó John

Isaac movió ligeramente la cabeza, lo cual fue motivo para que John dedujera un sí rotundo y una nueva excusa para acercarse y pedir más cerveza.

-Aquí tienes Isaac,- dijo John. Toma un poco a ver si se te alegra el semblante.

Isaac levantó la cabeza y sonrío débilmente. Últimamente no paraba de darle vueltas a todo lo que pasaba por su mente. Al empezar sus estudios su ambición se limitaba a ser un científico más o menos importante, situarse en un puesto cómodo que le permitiera tener suficiente dinero como para no preocuparse nunca más, y ver pasar la vida ante él lo más placidamente posible.

-¡Que Isaac! ¿Reinventando el mundo?

Las carcajadas de John resonaron por el pub como un trueno bajo una tormenta de verano. John era de los tres el que más claro tenía su futuro: estudiaría hasta acabar la universidad y luego se establecería cómodamente en la Corona, desempeñando cualquier ocupación que le permitiera pasarse más tiempo en el pub que en el puesto de trabajo. Su enorme estomago era testigo de sus pensamientos.

¡Venga hombre!.-dijo. Disfrutemos bajo el cobijo que nos brinda nuestro amigo Edmund y dejemos todo el trabajo de la creación a su responsable último.

La sola mención de Dios le hizo estremecerse. Isaac era religioso, si bien sus ideas acerca de la actuación de la Iglesia de Roma le causaban algún que otro quebradero de cabeza. Pero quizá lo que más le preocupaba era su necesidad de comprender la obra del Creador. Temía llegar demasiado lejos.

-¡John, por favor!. Sabes que no me gustan ese tipo de bromas.

Albert Waits era un profundo creyente. Nacido en una familia de férreas creencias religiosas, siempre tuvo la sombra de Dios sobre él. . El universo y la vida eran Dios, nadie debería llegar siquiera a atreverse a intentar comprenderlo, siempre fue así y lo será por siempre jamás.

-¡Ya salió la sotana que llevas dentro!.

John volvió a escandalizar a medio pub con sus risotadas, e incluso Isaac se permitió salir un momento de su mundo y reírse abiertamente.

-John tiene razón, Albert.- dijo. Deberías tomarte la ciencia como es. Respeto tus creencias, y sabes que somos muy buenos amigos, pero no puedes evitar que nosotros pretendamos conocer el porqué el mundo funciona como lo hace y no de otra manera

-¡Mira Isaac!. Dios es el Ser Supremo. Él hizo todo lo que existe, incluidos nosotros mismos. ¿Cómo puedes pretender conocer siquiera una mínima parte de cómo y porqué lo hizo?.

Comenzaba por enésima vez la ya repetida conversación entre los tres. A caballo entre ciencia, filosofía y religión, los cómos y porqués, las formas y los fondos de todo lo habido y por haber, lo conocido y por conocer volvían una y otra vez a ser utilizados como argumento existencial de la vida.

-¡Yo os voy a decir una cosa!.- dijo John – con semblante serio. Sé que pensáis que mi único afán en la vida es vivir bien, cosa que no voy a negar. Pero no puedo dejar de escuchar día a día vuestros mismos argumentos, y tengo la sensación de que en el fondo ambos tenéis vuestra parte de razón. Ahora eso sí ¡Dios me libre de decir cual!.

Esta vez las risas fueron generales, una sensación de camaradería invadía la mesa, y cualquier atisbo de desconfianza desapareció al instante.

-¡Aún así, Isaac!.- insistió Albert, no creo que te fuera posible entender como funciona el universo, puesto que si lo pudieras hacer estarías a la altura de Dios, y convendrás conmigo en que eso es algo fuera de toda posibilidad.

-Puedo aceptar Albert no saber el porqué Dios lo hizo, pero te aseguro que sí estoy convencido de que es posible acercarnos a la forma en que lo hizo.- dijo Isaac. Además Dios me dio un cerebro y una capacidad para pensar, para deducir y para aprender. ¿Por qué habría de ser esta capacidad limitada? ¿Y si quizá Dios nos dio el entendimiento para llegar a El?

¡No sé Isaac!.- dijo John, quizá Albert tiene razón. Ten en cuenta que Dios nos hizo como nos hizo. Es decir aunque nos diera esa capacidad, no puedo imaginarme que el motivo último fuera llegar a ser como El. Es más. al igual que todos esos filósofos griegos, pienso que nuestra mente nos engaña y quizá lo que creemos ver no es más que una invención propia que nos ayuda a seguir “bebiendo”. ¡Ay perdón!, quise decir viviendo.

Con John era imposible. Las risas volvieron a la mesa, y con ellas, irremediablemente también volvió la sed. El pub se estaba quedando vacío, los clientes fueron marchándose poco a poco y al final solo quedaron ellos tres y su conversación.

Edmund estaba ese día especialmente contento, era 21 de Noviembre de 1664, y lo que era más importante: hoy cumplía 45 años. Decidió que era una buena oportunidad para invitar a sus jóvenes amigos y disfrutar de su ingenio.

-Escuchad- dijo. Hoy es mi cumpleaños y tengo el placer de invitaos a tomar unas pintas…

No le permitieron acabar, el alboroto amenazaba con tirar abajo el local.

-Un momento… un momento.- dijo Edmund. Primero las tenéis que ganar: Tengo once pintas para vosotros, pero las tenéis que repartir de la siguiente manera: uno de vosotros tiene que beberse la mitad, el segundo una cuarta parte, y el último un sexto del total. Sin que puedan usarse medias pintas. ¿Qué os parece?

De la algarabía del principio se pasó a la sorpresa y por último a la desconfianza ante lo absurdo de la propuesta del barman.

-¡Pero Edmund!- Por favor, no pretenderás burlarte de nosotros- dijo John, con la mirada triste por la oportunidad perdida. Nos ofreces un número impar de pintas.- dijo, y pretendes que las repartamos proporcionalmente. ¡Eso es imposible!

-¡Bueno Isaac!.- sonrió Albert burlón. Aquí tenemos una muestra de lo que es y no es la verdad. Tenemos once pintas y hay que repartirlas proporcionalmente entre los tres. Te invito a que busques otra verdad que no sea la evidente, y bien creo que en este caso reconozcas las limitaciones de nuestra “capacidad” mental.

Isaac no decía nada. Su mente se movía rápidamente, le encantaban este tipo de pruebas. Albert se equivocaba, no era cuestión de Fé, era simplemente cuestión de agilidad mental, tenemos la capacidad de adaptar la realidad a nuestras necesidades, y solo la rigidez intelectual impide encontrar una solución a los problemas. Aunque esta solución nos llegue por “atajos sospechosos”

¡Veo que me miráis expectantes!.- sonrió Isaac, todo esto tiene una solución, evidentemente, pero para poder comprenderla se necesita algo más que buenas intenciones, se necesita tener una mente “abierta” y paciencia hasta el final.

Isaac pidió a Edmund que trajera las pintas y las depositara sobre la mesa, una al lado de la otra.

-Bien amigos, aquí tenemos las once pintas.- dijo Isaac, estaremos de acuerdo en que las pintas no son los únicos objetos que existen en el pub, y convendremos también en que si bien tenemos sillas y mesas que sostienen tanto a las cervezas como a nosotros mismos éstas forman parte del todo del pub se pueden poner o quitar a nuestra conveniencia.

Un murmullo de desconfianza brotó de las bocas de los amigos.

¡Déjate de tonterías y vamos al grano, que tengo sed!.- dijo John.

-¡Perdón!.- dijo Isaac, vamos a ello, era solo para poner un poquito de emoción.

-Tengo once pintas llenas hasta el borde, convendremos en que el hecho de que ponga una pinta de cerveza vacía al lado de las otras once no influye en la cantidad de cerveza que nos vamos a tomar ¿Estamos de acuerdo?

En vez de tranquilizar a la concurrencia, la desconfianza aumentaba poco a poco.

-¡Un momentito!.- dijo Edmund, ¿Qué es eso de una pinta vacía?

-¡Tranquilo hombre!.- espera al final y comprenderás.- dijo Isaac

-Bien, prosigamos. Tenemos ahora doce pintas de cerveza, once de ellas llenas y una vacía. Por poca matemática que conozcáis, sabéis que el valor cero es solamente eso “cero”. ¿De acuerdo?. Bien, pues ahora que tengo doce pintas voy a proceder a repartirlas según los criterios de nuestro buen amigo Edmund. Y tendréis que aceptar que sea yo quien decida quien y cuantas pintas va a recibir.

-¡Hombre yo pensaba que recibiría… - empezó a protestar John

¡Tranquilo John, recibirás las tuyas!.- sonrió Isaac.

-Sigamos.- dijo. Para John, puesto que lleva más que suficiente, serán la sexta parte es decir 2 pintas. Para Albert y esperando le endulce el espíritu será la cuarta parte, es decir 3 pintas. Y para mí aceptando con humildad mi parte en el trato, será la mitad o lo que es lo mismo 6 maravillosas pintas de la mejor “Brown Ale” de toda Inglaterra.

Las protestas se generalizaron. John por la exigua parte que le correspondía, y tanto Albert como Edmund protestaron por lo que a su juicio era una resolución completamente errónea. Los cálculos no eran exactos.

-¡Espera un momentito Isaac! Nos has engañado.- dijeron al unísono.

-¡No os he engañado en ningún momento!.-dijo Isaac. Y si tenéis alguna duda razonad conmigo:

-¡Veamos!. ¿Cuántas pintas hay que repartir?: Once ¿De acuerdo?. Bien. Según los cálculos que hice ¿Cuántas te día a ti John?

¡Solo 2 y sinceramente me pare…!- siguió protestando John ajeno al problema matemático.

-Bien sigamos. A ti Albert, te dí la cuarta parte, es decir 3, y yo me quedé con la mitad, 6. Resumiendo toma 2 John, toma 3 Albert, y yo cogeré 6.- Isaac fue entregando a cada uno las pintas que le correspondían. Como veréis- dijo. 2 más 3 más 6 suman exactamente 11 pintas. Por lo tanto sobra una pinta que es obviamente la invitada, la pinta vacía que en ningún momento a formado parte del reparto.

El silencio duró el tiempo justo que precedió a la tormenta de carcajadas que se desató en la mesa. Todos disfrutaron de sus pintas, incluso Edmund en contra de sus principios tomó media pinta de “pale ale”.

-¡Pensaba yo, dijo Edmund, que puesto que estamos metidos en faena…!

-¡No por Dios!.- gritaron al unísono…¡ más no, por favor!

Por: Pedro Fernández Ruíz (Blanco)

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